domingo, 24 de abril de 2011
2 de octubre de 1978...
El 2 de octubre de 1978 amaneció gris plomizo y destemplado, una persistente garúa
insistía con su leve repiqueteo dejarse oir sobre el toldo metálico, Para mi era un día i-
deal para pintar y eso hice,me encerré en mi taller con la música de Beethoven lo su-
ficientemente alta como para no escuchar a mamá que me llamaba.
-Pero nena, ¡qué barbaridad! Bajá esa música, tenés teléfono. - Se alejó rezongando,
como siempre entre dientes
- Hola -
- Hola Susana, habla Maruja Iglesias, te llamo porque falleció el maestro.-
Un escalofrío helado me corrió por la columna vertebral, quedé sujeta al teléfono como
si quisiera asir el significado de las palabras que resonaban confusas, se resistían, no
querían llegar a mi conciencia. Había perdido toda capacidad de hablar.
- Lo velan en la S.A.A.P. (Sociedad Argentina de Artistas Plásticos) Para más seguri-
dad andá al atardecer.
Desde algún remoto lugar me oí decir un: "Gracias Maruja". y me quedé con el tubo en
la mano. Debía estar pálida porque mamá me lo sacó de las manos, colgó y me acer-
có una silla para que me sentara.
- ¿Quién te llamó nena? -
El maestro falleció -fue todo lo que pude contestar.Mamá se quedó callada y con la ca-
beza baja, como si la frase no fuese dirigida a ella, No pronunció una sola palabra más.
La muerte me es familiar pues está íntimamente vinculada a la vida, como si fuese su
sombra. Pero en ese momento, esa,sombra separada de la Luz que siempre me acom-
pañaba se adhería a mi espíritu devorándolo, sumergiéndolo en su tenebrosa oscuridad
que provocaba una indolora turbación. Me sentía una nada ciega, incapaz de ver cómo
corría la sangre sin sentir el dolor de la profunda herida.
Enfundada en mi campera,encapuchada,me dejé conducir por el 155 hasta el lugar en
donde debía estar pero no quería llegar. Miraba sin ver la plateada bruma que se arre -
molinaba en las calles casi vacías. Aterrada,sacudí el sopor en el que había estado su-
mida durante el trayecto, no podía reacionar tan inmensurable era la tristeza y la soledad.
Era La Perdida que recrudecía todas mis pérdidas y carencias.Al subir los peldaños de
la S.A.A.P me sentía desnuda, aterida.
Al verme llegar Ana Rosa me abrazó fuertemente: "Se nos fue el maestro" - Sollozaba.
Yo no podía llorar tenía una mano de hierro atenazando mi garganta.
Así abrazadas nos fuimos hasta el rincón en donde estaban todos los "principiantes"
Cuando vi la figura de Héctór Tessarolo sentado con su familia y amigos, me acerqué
a saludarlo,el abrazo fue mudo pero cálido y fuerte,-"Susanita se me murió un amigo"
¡Es insoportable!- Se le quebró la voz y quedó callado, el silencio era más elocuente
que cualquier palabra. Le estreché la mano como para darmos fuerzas. Los ojitos ce-
lestes de Tessarolo brillaban intentando contener la lágrimas.
Cuando me sentí un poco mejor, entré a la capilla ardiente. Me acerqué al ataud para
besarlo - "Hasta pronto, maestro" me salio del alma atormentada, Acaricié el rostro
tan querido, parecía que la cera había diseñado su rostro sin vida, Ese rostro que
tenía ante mi en su indefensa desnudez conservaba su apacible sonrisa,los ojos hun-
didos tras los pesados párpados, las mejillas flojas, demacradas expresaban renuncia,
abandono, resignación. Sólo la miseria de un hombre aparecía en la cruel humillación
del vencido por la muerte. Otra vez el soplo gélido reptaba por mis huesos,abandoné la
habitación con las pocas fuerzas que me quedaban.
Creo que a media noche salimos a tomar un café y como cabe esperar nos pusimos a
recordarlo. Al salir del bar, repentinamente tomé consciencia: NO lo vería más. Me des-
pedí de todos no sé con que excusa, Me encontré vagando errática por las calles desier-
tas,buscando la parada del colectivo.Mientras esperaba me envolvió un colosal vacío que
no era otra cosa que el hueco de la huella que él había dejado impresa en mi vida.Llegué
a casa como un desterrado que ha perdido el paraiso prometido y anhelado.
Al día siguiente, ahí estabamos en el crematorio de Chacarita.El cielo plomizo, la neblina
espesa avanzando como fríos dedos entre los sepulcros, la persistente llovizna que acom-
pañaba nuestro lúgubre sentir. Yo estaba sentada en el suelo Ana Rosa apoyaba la cabe-
za sobre el hombro de un muchacho, nuestros compañeros iban y venían por idéntico ca-
mino una vez y otra, para calmar el desasociego. Nos apoyabamos unos con otros dándo-
nos fuerza. Eramos la viva imagen de la desolación.
Desdpués de tanto tiempo,el recuerdo que se me impone es el de Carlos Tessarolo, amigo
de la familia, que le entregó a la Sra. Amalia Tallarico (viuda de Urruchúa) las dos urnas con
las canizas del maestro..
-¿¿¿¡¡¡Dos urnas!!!??? - exclamó la mujer
-Y sí... El vasco era muy grande...
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Soy Bianca de La Plata y me encantó leer estas Referencias. Muy Interesante, lo desconocía. Gracias
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