A la luz de un candil...
Al encenderse la luz pude ver a más de cien mucha-
chas y muchachos, se sentaban amontonados en
esa caja insólita de madera y de chapa,se encogían
o se estiraban por sobre otras cabezas y hacían cru-
jir el piso hasta el límite del derrumbe.La precariedad
de ese templo, la inusual constelación de objetos
que colgaban de las paredes: (varias lechuzas em-
balsamadas, osamentas sin gloria, aperos llenos de
polvo, antiguos instrumentos musicales, y varios
cacharros rotos ) acentuaban la humilde dignidad
de la ceremonia.
Esa tarde se podía tocar el aire de espeso, o se po-
dría decir que allí era posible tocar todo, sentir todo
y pensar poco. "Sitio para liberar los sentidos, de-
cía el maestro, sitio para el oído, la vista, el tacto y
para resignar a casi nada,la presuntuosa misión del
cerebro".
Un señor de aspecto humilde,delgado y canoso,pro-
nunció dos apellidos que no recuerdo, pasaron al
frente dos muchachos y se sentaron en dos sillo-
nes vacíos que estaban en el frente. El señor cano-
so clavó con tachuelas las obras de los alumnos, el
maestro se levantó y parándose frente a ellas le echó
una rápida mirada, luego se sentó y comenzó a enu-
merar todo lo que veía en ellas,lo bueno y lo malo de
cada cartón.
Cuando finalizó con esos dos muchachos los despi-
dió cordialmente: - ¡Qué San Eustaquio los proteja,
camaradas!. -
Del mismo modo fueron pasando el resto de los
alumnos. Debo confesar que eso que estaba viendo
y percibiendo ávidamente se parecía más a un ritual
mágico que a una clase de dibujo y pintura, pero ¿a-
caso el arte no es un símbolo , no es un talismán , no
es lo que se desconoce y se descubre?.
Es inútil pretender describir la actitud de ese hombre
que,echando apenas una fugaz mirada sobre los cua-
dros de sus discípulos presentía y les hablaba de sus
conflictos, sus inhibiciones, sus penas y esperanzas.
Repentinamente se apagó la luz y todos se levantaron
con el mismo bullicio alegre fueron abandonando el
lugar. Eso me sorprendió, no lo esperaba. El vasco
seguía sentado en el sillón y el señor canoso al ver mi
aire turbado se me acercó.
- Hola - Extendió su diestra a modo de saludo, nos di-
mos un apretón de manos - Yo soy Gerardo Romano -
se presentó - Vos sos nueva - afirmó para sí.Tomó una
libreta de tapas de cuero marrón y una lapicera - ¿Có-
mo te llamás? -- Susana Favieri - Le respondí acertiva
Él garabateó mi nombre en la libreta.- Porque vas a ve-
nir al taller,¿no? - Asentí en silencio - En dos semanas
el jueves el maestro da una clase inicial,comienza a las
14 horas.Te esperamos, ¿sí? - Volví a asentir en silen-
cio, aliviada por no tener que nombrar a cara de man-
zana-Si querés el próximo sábado podés traer algunas
de tus pinturas para que el maestro las vea.Te parece
bien?-Me preguntó suavemente.Sí, ¡y muchas gracias! -
Repentinamente me sentí feliz como hacía tiempo no me
sentía.
Tomé mi cartera, me acerqué al vasco y lo saludé estre-
chándole la diestra, lo besé en la mejilla.
--Hasta el sábado, señorita - Se despidió.
-Hasta el sábado, maestro.
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