Arcoiris de ilusiones...


Una clara tarde de marzo Urruchúa llegó como siempre a su taller. Ese año,
1969, el poeta y amigo Luis Franco le había solicitado  que ilustre  su nuevo
libro de poemas. El vasco se decidió por la litografía.
Después de barrer, se sentó para leer el primero con detenimiento, resaltaba 
en un círculo  de tinta  azul las  palabras que  consideraba claves  para darle 
sentido a la ilustración. Al terminar la lectura buscó una hoja  carboncillos pa-
ra comenzar el boceto. Estaba tan absorto en la tarea  que no  percibió al re-
cién llegado hasta que su sombra oscureció el papel.
Se levantó de un brinco,  lo miraba con  curiosidad por encima de los lentes,
mientras fregaba sus manos para limpiar la carbonilla.
El desconocido se balanceaba acompasadamente sobre sus pies separados
apretaba las manos con los brazos extendidos a lo largo del  cuerpo delgado
lo miraba circunstante.
Urruchúa se sacó los lentes,  guardó el boceto,  suspiró hondo para recobrar
la calma.


- Siéntese compañero, póngase cómodo y dígame quién es usted - lo invitó
mientras se sentaba, estudiando las posturas y los gestos nerviosos del in-
cierto personaje, que lucía una cabeza rapada.
El hombre persistía con el balanceo, frotándose los muslos. 
-  Soy Juan Pietrasanta, maestro, el Dr. Echebarne me concedió el permiso
para visitarlo, estoy internado en el Neuropsiquiátrico Borda, mi diagnóstico...
- No hace falta camarada, si en Dr. Echebarne lo manda es una buena carta
de presentación. ¿En qué puedo serle útil? -
- Me destaco en pintura, maestro y el doctor supuso que usted sería el ma-
estro indicado para guiarme -  El balanceo se hizo más leve.
- ¡Ajá! Hubiese sido bueno me trajese alguna obra... -
- Las dejé afuera, maestro - Se apuró a contestar Juan
- Quiero verlas, una obra suya será la mejor demostración de sus aptitudes -
Juan salió y entró a grandes zancadas, con un rollo de papel escenográfico
- Vaya colocándolas en el piso para que pueda apreciarlas. El hombre hizo
lo que Urruchúa le indicaba.
- Es cierto, esto es muy plástico, pero las figuras carecen de una buena es-
tructuración. ¿Tiene tablero y caballete para dibujar? -
- No maestro, son tan grandes que las dibujo en el piso -
- Ya me parecía, es por eso que se le acortan las piernas.El único consejo que
 le puedo dar es que consiga una tabla  y de no tener caballete la apoye en la
pared,  de ese modo verá cómo cambia  el resultado.  Dígale al Dr. Echebarne
que le permita salir los sábados, la clase comienza a las 14 horas, ¿Me enten-
dió? - Urrucúa tomó un cuaderno y escribió unas frases que rubricó con su fir-
ma - Tome, dele este sobre al doctor, acá yo le confirmo lo que le he dicho.-
El rostro del hombre se iluminó con una alegre sonrisa.
- Tenía miedo al rechazo - 
- Conozco muy bien al doctor, fue alumno mío en otra época, no tiene de qué
preocuparse. ¿Me pregunta algo? ¿No? Entonces vaya tranquilo y dibuje lo es-
pero el sábado -
Se dieron un apretón de manos como despedida. Desde ese momento el ma-
estro tuvo alumnos que provenían del Borda y del Moyano. 
Los trataba con el mismo respeto que a nosotros y tácitamente esa acepta -
ción de Urruchúa hizo que los alumnos los tratásemos como a uno más.