El último día que lo vi por última vez es cuando
comienza esta página a rondar en mi mente
con la forma de libro, pero no hace mucho me
dije: qué estoy esperando y el libro se fue
transformando en un caleidocopio de coloridos
recuerdos tan reales como mágicas pinceladas
que recreaban infinitos cuadros con rostros,
voces, y nombres de compañeros muy queridos.
Y se me dio como por arte de magia, la posibili-
dad de publicar esto que estoy reviviendo inten-
samente en otro formato: un blog.
En el verano del '78,recibí la llamada de una mujer
que me decía que el maestro me esperaba a las 17
horas a su departamento de la calle Alvear para
retirar el manuscrito que le entregué para que leye-
ra. Escribí la dirección en un rectángulo de papel
que tenía al lado del teléfono y corté. No podía
imaginar qué diría el vasco. El viaje era bastante
tedioso, hacía calor y tenía que tomar dos colectivos.
Salí de casa con un poco de anticipación
para no llegar tarde a la cita.Estaba conmocionada,
ansiosa, desconcertada.En verdad no esperaba
que leyera el anécdotario con frases y me diera
su parecer. Le entregué todos mis escritos
prolijamente mecanografiados porque en el taller
todos sabían que yo escribía como posesa todo
cuanto pasaba en cada clase. Todos me apodaban
"La escribiente" y un compañero me cargaba.
Pugliese, el que se sentaba a mi lado siempre
decía para ser oído por el maestro: -"Esta
Faverio!!! - pues nunca quiso pronunciar bien mi
apellido- una coma de más o un punto de menos
y el escrito se convierte en una bomba de tiempo"...
Y el vasco asentía sonriente.
Por éste motivo se lo di, para que viera que eran
algunas notas de lo que sucedía en el cubo de
zinc. No había ninguna intención solapada ni
malintencionada. La llamada me dejó perpleja.
Al llegar frente a la puerta del departamento
toqué el timbre y cuando la abrieron sentí que
algo saltaba en mi estómago y me pareció
que había quedado como al desnudo, tímida y
sin palabras. Una mujer me hizo pasar y al dar
ese primer paso me enfrenté a él.
Estaba sentado frente a un amplio ventanal en
aquel espacioso living, con la mirada fija en un
punto del cual emergían los recuerdos, más allá
del vidrio y la copa de los árboles. Cuando se
cerró la puerta volvió su mirada cordial sobre mi,
yo le devolví una sonrisa plena de alegría y
la mirada brillante por lágrimas contenidas.
Con un ademán me invitó a pasar y a sentarme
frente a él. Avancé lenta y sumisa hasta un sillón
color beige mullido y me senté con los ojos fijos
en la punta de mis zapatos.
La voz de la mujer me sobresaltó: - ¡Pero Pancho!
vos sos Urruchúa! - Gimoteó implorante por última
vez la mujer.Yo la miré y luego miré al maestro con
asombro, "¿Pancho?", pensé.El maestro endureció
la mirada como cuando daba una orden tácita, yo
desvié los ojos rápidamente y enfoqué a la mujer,
haciedo un gesto que esperaba la voz de mando
que tan bien conocía y que esta vez no se
pronunció. Mientras la señora se esfumaba con
celeridad doblando a la derecha del insinuado
pasillo, caí en cuenta que se trataba de la esposa
del maestro, Doña Amalia Tallarico de Urruchúa.
Los minutos que pasaron fueron relativamente
breves. Yo sostenía con expresión confiada y
alegre la mirada escrutadora que me dedicaba
silenciosamente el maestro, con las manos
cruzadas a la altura de los labios, los brazos
acodados en el posabrazos del sillón...
Me sobresalté cuando apareció ante mis ojos el
sobre que le había entregado al vasco,
rompiendo la íntima quietud de la comunicación
como un fulgurante hechizo.
- Esas son mis palabras - me dijo serenamente
señalando con vaguedad el sobre que tenía entre
mis manos - ahora falta que sean suyas para que
pueda publicarlas y el mundo sepa quién es
Demetrio Urruchúa, el maestro, ya que poco y
nada se escribirá al respecto."
Obviamente quedé perpleja, apenas pude musitar
- "Maestro, no sé siquiera pintar ¡¿y me pide que
escriba un libro?!". -
Y él me contestó - "No me importa nada!!! Cuando
tenga que ser será!!!" -
Me acerqué y le di un cálido beso en la mejilla a
modo de despedida.Y así sin más terminó la
entrevista.
En todo este tiempo conviví con el peso de su
mandato, por decirlo de algún modo, pues lo
he intentado, he escrito el libro, tardé años en
realizarlo y quiso el destino que lo perdiera en
una de las mudanzas. Todo mi esfuerzo quedó
en el éter virtual de una nada incierta. Es por
eso que ahora publico este blog, con sólo el
bagaje de recuerdos que quedaron grabados
a fuego en el corazón de mi memoria. En el cual
intento ser fiel y fidedigna a carta cabal con la
historia de mi paso por el Taller del maestro
Demetrio Urruchúa.
Su, que dolor que se haya perdido el libro...
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