domingo, 24 de abril de 2011

Y comenzó el año 1974


Llegué al taller muy contenta con mi rollo de verduras y limones debajo del brazo. Era
una de las primeras, Romano anotó mi nombre en su libreta y me acomodé en la mis-
ma silla de siempre. El bullicio se fue acrescentando a medida que se  acercaban las
catorce, hora en que se encendió la luz y comenzó la clase.


Romano llamó a dos de los primeros alumnos que habían llegado, clavó con tachuelas 
los cartones.


- ¿Cómo cree que anda Camarada? -
- Digamos que bien, maestro -
- Sí, esto esta bastante armónico, ese rojo chilla un poquito,yo lo apagaría con una piz-
ca de verde esmeralda,para que entone con el resto,pero anda bien,¿Me pregunta algo?-
- No, maestro, gracias -
Urruchúa estaba parado delante de dos naturalezas muertas, que para mi no descolla-
ban en nada. En apariencia eran similares a las del otro muchacho, pero el vasco iba y
venía con aire socarrón e inquieto.
- ¿De quiés son esos cartones? -
- Míos maestro, - Un muchacho pelirrojo alzó la mano, estaba sentado en la segunda fi-
la, no en el banco de la primera como le correspondía.
- ¿Por qué se esconde compañero? ¿En qué anda que no quiere dar la cara? -
El muchahco se sonrió y no le contestó, parecían entenderse sin palabras.
- Si usted no me deja yo no puedo decir lo que veo -
Silencio
- ¡Vamos camarada! ¿Se hace cargo? - lo seguía desafiando el maestro -
El muchacho soltó una sonora carcajada. - Y, hable no más, maestro, no hay nada que
ocultar -
- Entonces ¿está todo bien y no hubo heridos? Porque, el guiño luminoso que allí se ve
es de un arma blanca, ¿Sigo? -
-Ya está maestro, me descubrió -
- Pero ¿me va a negar que anoche usted muy compadrito se las vio con alguien y saca-
ron a relucir las sevillanas?  - Afirmó Urruchúa enarcando una ceja y una sonrisa pícara
- Todo bien, maestro, está en lo cierto. -
- Mírenlo a éste se me ha venido fanfarrón - Urruchúa lo señaló con la cabeza y se sentó
- Esto está muy bien de no ser por la sevillana, compañero - Los que conocían al mucha-
cho se echaron a reír.
- Esté contento como está Pero para la próxima vez tenga más cuidado,con la vida no se
juega, alguien puede salir herido y el otro termina en una celda. ¿Me pregunta algo? -
-No, maestro, gracias -
- Bueno,  ¡qué San Eustaquio  los proteja a los dos, especialmente a este para que no se 
meta más en líos! - Exclamó guiñándonos un ojo.
Al volver del recreo pasaron dos señoras:
- Cómo anda usted, señora -
- No sé, maestro - respondió sonriente y humilde
- Esto anda a las mil maravillas, señora, usted tendría que saber todo de usted,pues es u-
na pintora que promete. ¿qué opina de su sonrisa, señora? -
La mujer lo miró como avergonzada sin saber qué responder.
- Ahí está el problema,usted tiene una sonrisa encantadora y no lo sabe.Sonría siempre,es
muy bonita y no tiene por qué ocultarlo. Igual que sus pinturas que son hermosas y no las
defiende. ¿Me comprendió? - La mujer asentía ruborizada - ¿Me pregunta algo? -
- No maestro, gracias - 
- Y ese cartón es suyo - miró a la mayor
- Sí, maestro, y me encanta lo que hago -
- En verdad no sé qué hacer con usted,no me entiende,no me escucha o no quiere hacerme 
caso. ¡No me importa nada! Quizá su fuerza esté en la perseverancia siga pintando pero se-
pa que,  lo que trajo  no está nada  bien muy por el contrario -  La señora le sonreía como si 
hubiese hablado maravillas de sus insípidos cartones.
-  ¿Me preguntan algo? ¿No? ¡Qué San Eustaquio las proteja a las dos!.

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