domingo, 24 de abril de 2011

Zapatos Rotos


Aquella tarde de noviembre era soleada y sin nubes.Cuando llegué me pareció raro ver 
a Urruchúa sentado de piernas cruzadas como si luciera muy horondo un par de zapa-
tos viejos al cual se le veía un gran agujero en la suela. Me senté detrás de él, me pre-
gunté qué pasaría. La clase comenzó normalmente lo diferente esta vez era que al sen-
tare siempre adoptaba idéntica actitud. Yo seguía realmente intrigada.
Pasó una alumna muy elegante de cabello renegrido sujeto en rodete con una bella he-
billa de color peltre con arabescos y mostasillas.Había presentado una serie de bellísi-
mos dibujos coloreados,se notaba que tenía una gran trayectoria pues el maestro la tra-
taba con respeto y como a una igual. Se paró para admirar los dibujos.


- Esto anda a las mil maravillas, y usted lo sabe. ¿Se acuerda cuando la tuve sin hablar
una sóla palabra al principio -
Ella se rió al recordar, -Sí, maestro -
Urruchúa se sentó y le explico a la clase:
-Pues esta señora que está sentada aquí,cuando vino tenía mucho carácter y le gusta -
ba polemizar sin estar hecha, todavía,  entonces yo la hice callar y le dije que hablaría 
sólo cuando yo se lo permitiera. Sé que le costó mucho, pero me hizo caso y ahí está 
el resultado, es una de las más grandes dibujantes de la actualidd y aprendió lo que es 
la humildad. ¿Tengo o no tengo razón? - Le preguntó a ella
- Totalmente, maestro - y la sonrisa era cada vez más amplia y cómplice.
-Realmente es usted muy buena, señora y no tengo nada que decir de sus obras, salvo
que siga dibujando así, pues lo hace como los dioses -
- Gracias, maestro -
La señora se levantó para recoger los trabajos que ya desclavaba Romanito, la gente que 
la conocía amagó un aplauso que se perdió en el bullicio que desataron las felicitaciones.


Al tiempo la encontré guiando a los que como yo frecuentabamos la Sociedad Estímulo 
de Bellas Artes y por el lapso de un año apróximadamente fue mi maestra. 


Cuando llegó el momento del recreo, Urruchúa volvió a sentarse con las piernas cruzadas 
para lucir los desvencijados zapatos. Se le acercó un señor alto, corpulento y rubio que le
dijo:
- Maestro, yo tengo una zapatería muy bien puesta, si no se ofende, puedo traerle un par
nuevo para que pueda cambiarse esos - 
- ¡De ninguna manera!.tengo un montón de zapatos nuevos pero de vez en cuando me gus-
ta ponerme estos que han sido los fieles testigos de tantas correrías y me han acompaña-
do en momentos buenos y difíciles, a la prueba está. Yo le agradezco el gesto de corazón
compañero, pero no puedo aceptar su oferta, sería como  serle infiel a mis compañeros de
tantos momentos que me encanta recordar cuando me los pongo. -
Y no se habó más del asunto, el hombre hizo una breve inclinación de cabeza a modo de
disculpas y el maestro sonriente siguió moviendo el pie para que el agujero de la suela no
pasara desapercibido.

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