Al siguiente sábado llegué cargada de cartones entela-
dos y bastidores, ansiosa por conocer la opinión
del maestro.
Recibir el saludo de algunos compañeros me hizo
sentir bienvenida.
Un señor muy alto y muy delgado que portaba bigote y
barba candado,con expresión pícara se presentó - Soy
Satiago Atorino - inclinándose me besó la mejilla - Soy
Susana Favieri - le sonreí.
- Permitime que te ayude con los cuadros - Subimos la
empinada escalera - Cuidado, me advirtió, el quinto es-
calón está atado con cables -
Entramos, la puerta estaba abierta, era temprano. Me
senté atrás del maestro, lugar que traté de conservar
cada vez.
- Buenas tardes, maestro - Lo saludé mientras intenta-
ba acomodar los cuadros para que no le estorbaran
La ansiedad se acrescentaba con el suave transcurrir
de las horas. Una ráfaga de jovial bullicio inundó el re-
cinto. Cada cual se sentaba en su lugar, al parecer ca-
da uno tenía la costumbre de ocupar un mismo asien-
to y el resto los respetaba. Una rubia muy elegante se
acercó con una morocha no menos llamativa, creo que
eran de las pocas que se producían para la ocasión.
La rubia me miró furibunda, seguramente le saqué su
lugar. Con cara de pocos amigos la ignoré. Ella de ma-
la gana consintió en sentarse a mi lado.
Se encendieron las luces y comenzó la clase. No veía
el momento de pasar, pero Romano pronunciaba mu-
chos apellidos, nunca el mío. Y así se sucedieron las
rondas, hasta que se apagó la luz y con idéntica celeri-
dad desaparecieron todos. Me acerqué a Romano y le
pregunté con decepción - ¿Y yo?, Favieri... ¿Ya termi-
nó la clase? - Creo que estaba a punto de llorar. Gerar-
do me tranquilizó, - Siempre hacemos un recreo de
quince minutos, luego seguimos - Suspiré y me alejé.
Ese breve tiempo se me hizo eterno y cuando se en-
cendieron las luces nuevamente, el primer apellido fue
el mio y el de otra señora.
Como siempre el vasco se levantó, le dio una muy rápi-
da mirada a las obras y al sentarse preguntó: - Y señora,
¿Cómo va eso? -
- ¿Bien, maestro? - La señora no se arriesgó a asegurar-
lo, después supe que muchos que creían estar de diez,
lo expresaron y les fue muy mal, todos trataban de ser
discretos al momento de contestar .
- ¡Más que bien señora! - Exclamó el maestro con entu-
siasmo, - Esté contententa como va que ha alcanzado
expresarse con el mayor sentimiento, es como si con el
corazón en la mano pintara con su sangre.Usted ha sufri-
do mucho,señora y se merece este momento de libertad
plena, yo no le voy a exigir nada, la voy a dejar tranquila
para que pinte libremente.Este es el premio a tantos y tan
grandes padecimientos. El sufrimiento y el amor hacen
que una pintura sea sentida y profunda, tan profunda co-
mo cada uno de estos cartones. Yo le diría que así está
muy bien y que siga muy tranquila, no hay que molestarla
para nada. Ya veremos hacia dónde la dirige su instinto.
¿Me pregunta algo?-
"Ojalá, alguna vez me diga eso" pense mientras la seño-
ra le respondía - Disculpe, maestro, pero hoy pareciera
que no habla de mi si no de otra persona.-
Lo dijo con suavidad como si temiera disgustarlo. El ma-
estro con el ceño fruncido se levantó del sillón como im-
pulsado por un resorte y le preguntó - ¡Cuál es su obra?-
-Ese cartón, maestro - respondió la señora, señalando u-
na pequeña naturaleza muerta que sobresalía por la sua-
vidad y el equilibrio.
-Siga que anda bien, señora, y disculpe, nunca me he
confundido - No terminó la frase, me miró enfurecido-¿De
quién son esos cartones? - Casi gritó.
-Míos, maestro - dije levantando la mano.
- ¡No me importa nada!- Exclamó para sí - Usted, ¿escuchó
lo que yo dije?-.
Lo sentí tan enojado que con voz apenas audible le contes-
té - Algo -
La figura de Urruchúa creció adquiriendo la estatura de un
Titán, lo observaba con los ojos como platos sin saber el
porqué de su enojo. - Qué va a escuchar usted - exclamó
- S i no sabe en dónde está parada - me bramó con sorna-
" Comencé con el pie izquierdo" pensaba yo tratando de en-
tender la situación.
Se paró frente a mi,se apoyó en mi hombro derecho y ya con
más calma me preguntó - Usted es nueva aquí ¿no señorita?
- asentí en silencio - Entonces tire todo esto a la basura y es-
pere a recibir la primer clase que es el jueves próximoVamos
a ir despacio. Vamos a comenzar de cero para ser una cifra.
¿Estamos de acuerdo? - Asentí en silencio- Bueno, si no me
preguntan nada, ¡qué San Eustaquio las proteja a las dos -
Se sentó, mientras Romano desclavaba los cartones.
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